Introducción.



Una figura se recorta entre el cielo iluminado únicamente por una luna tímida, saltando entre la bruma, deslizándose por una fina cuerda hacia abajo. No cabe lugar a dudas, sus propósitos son oscuros como la misma noche y subrepticiamente se dirige hacia una presa. ¿Cuál será la víctima? ¿Cuál, de entre todas las casas que deja atrás en cada salto, cuyos tejados quedan lejos de sus pies en cuestión de momentos, será la elegida? Finalmente, nuestra misteriosa figura detiene su marcha nocturna sobre los tejados de la ciudad. Su objetivo es una casa grande o pequeña mansión. Sus ojos se estrechan atisbando como si fuera a descubrir invisibles guardas apostados en la más profunda oscuridad. De un pequeño bolsillo de tantos ocultos que tiene, la figura extrae un polvo fino que deja caer, midiendo la dirección del viento. De otro más amplio extrae un saquito que arroja hacia la mansión. Con rapidez y precisión lanza una pequeña daga que impacta en el saquito y lo revienta, dejando caer un polvo similar al anterior, aunque ligeramente diferente, de otro color. Al caer, a pesar de que en un principio no tuviera nada de especial, el polvo va cobrando vida, iluminándose y dejando entrever una señal luminosa alrededor de la casa, como unos haces de luz mágicos que antes se hallaban ocultos a la vista. Los polvos acababan de revelar la presencia de un sello mágico de seguridad realmente intrincado que detendría a los novatos y persuadiría a los profesionales. ¿De qué pasta estaba hecho nuestro personaje? Debía de ser novato o confiar demasiado en sus habilidades, ya que sin pensárselo dos veces echó a correr tejado abajo y de un salto se lanzó hacia la nada. En el aire se abrió un extraño artefacto con alas y, desafiando las leyes lógicas, comenzó a planear. Como si un halcón la llevase aferrándola con sus garras, la figura se acercó a los polvos luminosos hasta llegar a un diminuto resquicio. Esas medidas de seguridad podían atrapar fácilmente a cualquier ladrón que tomase contacto. Cuanto más complejo era el sello, y por tanto más seguro, más difícil y costoso resultaba crearlo. Y, aún así, nuestro personaje realizó una acrobacia mediante la cual hizo desaparecer el artefacto planeador entre su mano y se coló por el pequeño hueco casi rozando el sello mágico. Metros abajo le esperaba la techumbre del edificio, una distancia considerable para un humano normal. Con un movimiento del brazo, el artefacto planeador volvió a abrirse, esta vez bajo los pies, frenando la caída y chocando de pronto con algo que no podía verse. Desde arriba podía verse el techo de tejas perfectamente pero era una ilusión que ocultaba la realidad de unas púas que esperaban pacientes a los incautos. Al parecer nuestra sombra nocturna no es un novato. Junto a la estrecha salida de la chimenea, agazapada, abre un pergamino que en principio nada tiene escrito. Al posarlo sobre el tejado en ese punto realiza un circulo con el dedo sobre él, pronunciando unas palabras evidentemente mágicas que activan el poder del pergamino: Fhugkrodhär: surêdnmä. El sello mágico aparece y el pergamino se funde con el sólido material del tejado, pareciendo ahora arcilla húmeda o arenas movedizas. Con semejante consistencia, la figura oscura no duda en introducirse cabeza abajo por el acceso abierto.

Una vez dentro del edificio, aprovechando su situación en lo alto de la estancia, sigue su recorrido por las vigas de madera a través de lo que parece ser la biblioteca. Muy posiblemente el suelo no sea seguro para sus secretas intenciones y un ladrido lejano apoya esta creencia. Los techos altos son buen escondite de noche, la pálida luz de las velas diseminadas apenas llegan a alumbrar los alrededores y las sombras bailan, haciendo imperceptible el movimiento en las alturas. Esto también supone un arma de doble filo, ya que tampoco es fácil percibir la presencia de nadie hasta que está demasiado cerca. Así pues, sólo confiando en los instintos y los aguzados sentidos, avanzando llega a una puerta que presumiblemente conecta con un pasillo. Es la única que existe en esta sala, por lo que baja hasta el suelo y la atranca con una silla bajo el picaporte. Seguidamente se acerca a una estantería que encaja en la pared en lo que a primera vista habría parecido un arco ciego. Sin embargo, al retirar la estantería aparece detrás una entrada de escaso tamaño que permanecía oculta. La oscuridad aquí es absoluta, de modo que nuestro personaje saca de un bolsillo oculto una sortija con una pequeña piedra iridiscente, colocándosela en la mano izquierda y susurrando la palabra de poder que activa su magia. Al instante se ilumina suavemente el contorno de unas escaleras caracoleantes que bajan, por donde sigue su camino la figura. Un muro bloquea el paso, ante lo que ésta parece sorprenderse. Aquí las paredes son bastas y hechas con piedra y argamasa, nada que ver con el aspecto refinado de la biblioteca, y cogiendo una pequeña piedra del suelo la arroja contra el muro. Nada sucede al chocar, pero al rebotar la piedrecita queda suspendida en el aire, inmóvil. Sin lugar a dudas se trata de una trampa inmovilizadora que ha estado cerca de detener la incursión nocturna. Pasando alrededor de la trampa llega hasta la pared y posa sus manos sobre el relieve de piedra, hasta que encuentra unos goznes y empuja, dejando libre acceso a la siguiente sala, el verdadero objetivo: el almacén de objetos mágicos. Nuestro personaje se frota las manos mientras tras de sí se cierne la improvisada puerta pétrea, que no es otra cosa que un pequeño golem de piedra que apresa al ladrón al instante. Poco después aparece por el hueco de la puerta un pequeño personaje, un mediano con pijama. Se encienden las luces.
-Otra vez, Aevirae!? Es que no puedes venir a visitarme en horario comercial?
-Oh, vamos, Soth! Ya sabes que no me gusta molestarte -dijo Aevirae socarrona.
-No, claro... despertarme de madrugada no es molestia...

Aevirae, nuestra ladrona, ya libre de la presa del golem, habla con el joven mediano con familiaridad. Al parecer son amigos y establecen relaciones comerciales.
-¿Y bien? -comienza Soth-. ¿Qué necesitas esta vez? Te advierto que si quieres recargar los objetos mágicos...
-Si así fuera no habría venido por la puerta de atrás.
-Aunque así fuera lo habrías intentado igualmente, como siempre. ¿No te cansas de acabar siempre en alguna de mis trampas? -dijo el mago mientras reiniciaba el golem, al parecer, con su función de puerta vigilante.
-Te equivocas, alguna que otra vez me he visto expulsada mágicamente en el patio a tiempo para jugar con tus perros. Pero ¿qué quieres que le haga? Es mi pasatiempo favorito y ten por seguro que algún día lo conseguiré. Tu casa es la única que supone un reto para mí y cada vez que lo intento resulta más interesante.
-Reconozco que a mí también me resulta interesante idear nuevos sistemas y trampas; además veo que funcionan. Y también funcionan los juguetitos que te alquilo. Devuélveme el planeador, por cierto, lo necesita un cliente.
-Ya -dijo la ladrona con evidente resquemor mientras dejaba el artefacto en el suelo-. Lo del golem lo tenía controlado, pero no entiendo cómo has llegado tan pronto si atranqué el único acceso. ¿Usas círculos de teleportación?
-Que tú no los veas no significa que no haya, Aevirae. Si fueses elfa seguramente los habrías detectado más fácilmente. Por cierto, eso me recuerda que me ha llegado este artefacto nuevo. Quizás te interese -dijo mientras le acercaba unos extraños anteojos tipo steampunk.
-¿De qué se trata? -dijo Aevirae mientras inspeccionaba y se los ponía.
-Son gafas de visión élfica. Podrás ver el aura de las personas y los seres vivos, e incluso ver tenuemente algunas corrientes de urdimbre mágica, tal como lo hace un elfo.
-¿Y cómo sabe quien lo hizo que así es como ve un elfo? -preguntó excéptica la ladrona-. Si fue un elfo no notaría diferencia y si no lo fue, ¿cómo podía saber que su invento funciona?
-Porque había sido elfo. Lo que sucede es que perdió su condición élfica al intentar fusionar su cuerpo con un mandril alado en un experimento, supongo que le costó adaptarse sin su antigua vista.
-Déjalo -devolvió las gafas con más excepticismo-. No me fio de los inventos de alguien que intenta mutar su cuerpo con simios voladores. De todas formas no me parece justo.
-¿El qué?
-Que los elfos tienen la capacidad de ver muy lejos y vislumbrar la energía de los seres vivos; los enanos distinguen las variaciones térmicas y poséen un gran sentido del espacio; incluso vosotros, los mediometro, poseéis un olfato muy fino y sois capaces de detectar el peligro o el miedo. Nosotros los humanos no tenemos nada de especial... Así que supongo que por eso nuestro ingenio es mayor -dijo con una sonrisa pícara.
-No, los del ingenio superior son los gnomos, si es que se le puede llamar ingenio. Pero Aevirae, créeme: muchos elfos, enanos, gnomos o medianos querríamos tener unos sentidos tan agudos como los tuyos. De hecho no sé cuándo has logrado robarme el pergamino de arenas movedizas que tienes detrás de ti...
-Jajaja, tú si que eres agudo, amigo. Sólo estaba recuperando el material invertido en esta pequeña incursión a tu palacio. No te creas que me sale gratis llegar hasta aquí...
-Si vinieras como un cliente normal te saldría más barato... a ti y a mí.
-No podía Soth. Tengo prisa.
-¿Y eso? ¿Tienes trabajo justo ahora? ¿Asesinato o hurto?
-Hurto -dijo Aevirae mientras seleccionaba un par de objetos mágicos, saquitos y pergaminos de las estanterías-. Voy a la mansión Valthiëca.
Soth quedó conmocionado.
-¿Estás loca? Esa mansión tiene mucho más que defensas mágicas. Nadie se ha atrevido a poner un pie allí, al menos intentarlo desde hace años. Siempre está muy vigilada.
-Hoy lo estará más -dijo sonriendo maliciosamente Aevirae.
-¿No querrás decir que...? ¡¡Les has avisado!! Hoy paga antes de irte...



La mansión Valthiëca, un símbolo de la pomposidad y el mal gusto de las familias adineradas de Slyndbar, era como si a Lladró le hubiera dado por hacer casas. Esta noche los soldados corretean como hormiguitas con sus lanzas y espadas, agitándose nerviosos en una insoportable espera. Un pequeño trozo de pergamino aferrado por una manaza áspera y ruda tiene garrapateado el siguiente mensaje: "Esta misma noche me llevaré conmigo la estatuilla de la Centaura Lorindán. Agradezco de antemano la molestia de dejarla preparada y, por favor, huelga decir que llamar a la guardia es innecesario. Firmado: Puño Elegante, el más grande ladrón de todos los tiempos".
-Gracias por venir, capitán Rostar -dijo un hombrecillo rechoncho, calvete y repelente con túnica y ropajes bastante ostentosos, de tal modo que parecía un montón de alfombras sobre  las que hubieran dejado una bola de cristal; se hallaba en una sala con varias piezas de coleccionista expuestas, presumiblemente el museo de la mansión. A su lado se encontraba dicha estatuilla de Lorindán, una centaura de oro macizo-. Me siento más seguro con semejante despliegue de soldados en mi mansión, pero... ¿quién demonios es ese tal "Puño Elegante"?
-Oh, es normal que no haya oído hablar de él -respondió el capitán, un hombre robusto y calvo con barba, sudoroso y agresivo; tenía las aptitudes necesarias para no pasar hambre si algún día deciciera cambiar de orientación sexual y adorase al dios Oso, guardián del arco iris-. Sin embargo yo llevo años siguiendo su carrera delictiva y le aseguro que es un chorizo muy escurridizo.
-Pero si hace tan sólo dos días que el capitán escuchó por primera vez el nombre de "Puño Elegante" -susurró uno de los soldados a otro.
-El capitán es un experto en psicología, estoy convencido de que lo que hace es tranquilizar al señor Valthiëca para que no tema por su tesoro -sugirió el soldado Freder Torin Spindel, un chaval imberbe, pálido y de pelo de paja que, si alguien pudiera ver las canicas que eran sus ojillos tras sus lentes, pensaría que era una cría de algún animal legendario de una de esas mitologías que hacen suponer que quien la inventó llevaba algunas cervezas de más.
-¡Oh! ¡Qué crack!
-"Puño Elegante", o "Manita de Cerdo" como yo lo llamo -continuó el capitán con una risotada insoportable y porcina-, ha llevado a cabo robos por varios países desde hace años y siempre ha cumplido todo lo que ha prometido. Nadie sabe cómo lo conseguía pero tanto lo que robaba como el momento e incluso la manera de hacerlo lo había advertido antes en sus mensajes sin que nadie lograse echarle el guante. Pero no tema, señor Valthiëca, eso es porque nunca había intentado robar en Slyndbar, mi territorio. Yo mismo le cogeré y le ensartaré con mi espada delante de sus narices. Verá como le salpico la túnica con su sangre y nos reimos, ¡jajajaja! -volvió a reirse de su gran ocurrencia ante el espanto del adinerado, que andaba lejos de despreocuparse-. Además, me gustará ver cómo intenta llevarse esa estatuilla más falsa que el ojo de mi abuelo. La verdadera está a salvo conmigo, jejeje -dijo palpándose un bolsillo que tenía en la cadera.
-¡Tengo tanto que aprender del maestro! -dijo para sí con admiración el soldado Spindel.

Todo esto había sido escuchado por uno de los soldados que montaba guardia en el interior de la sala, al lado de una puerta. Como si ya no tuviera interés en seguir allí, el joven salió y farfulló a los guardas de la entrada:
-¡Joder, qué suerte tenéis! Llevo toda la noche de un lado para otro, "ve a mirar en el almacén", "haz la ronda por el patio"... ¡Ojalá me dejasen vigilando una puerta y pasase ya esta maldita noche!
-Te cambio el puesto -dijo uno de los guardias.
El joven soldado siguió su camino haciendo un gesto cómplice con la mano. Recorrió varios pasillos tranquilamente, saludando a sus compañeros al pasar. Una vez hubo llegado a un despacho fue adonde los guardias permanecían apostados en la puerta.
-No ha habido actividad en la última media hora -dijo uno-. Ni creo que la haya en toda la noche.
-El capitán Rostar es un hombre muy precavido -dijo el joven-, y hace bien porque nunca se sabe con ese tal "Puño Elegante".
-Cierto es -respondió el otro-. Con "Puño Elegante" hay que tener mil ojos.
El joven entró sonriendo. Al poco tiempo salió lívido y nervioso, advirtiendo a los guardias de la puerta.
-¡Dios mío! ¿Cómo ha podido hacerlo sin que os enterarais de nada? Venid a ver esto, !es imposible!
Ambos guardias entraron sintiendo el miedo crecer en su interior, adivinando lo que se les venía encima. Al entrar y quedarse mirando, el joven atizó al más cercano con el pomo de su espada mientras el otro se sorprendía aún más sin saber qué ocurría. De una patada en la cara le hizo trastabillar y antes de que tuviera tiempo de estabilizarse unas manos ágiles le agarraron una pierna para hacerle caer con la base del cráneo sobre una mesa. Sin perder un segundo, el agresor se dirigió a los cajones de dicha mesa de despacho, hallándolos cerrados. Sacó unas ganzúas de su brazal.
-Veamos cuánto me duran tus trampas y cerraduras, gordinflón -dijo relamiéndose con una sonrisa burlona.
En ese momento se acercaba al vano de la puerta otro soldado atraido por el ruido.

De golpe apareció en la sala museo donde se hallaban el capitán y el señor Valthiëca, un soldado agitado y sin resuello. Aferró el uniforme del capitán al tiempo que caía al suelo.
-¡Atención mi capitán! En el ala Oeste hemos tenido una terrible confrontación y hemos logrado reducir al ladrón, ¡se hallaba en el despacho!
El señor Valthiëca palideció al escuchar la noticia, en una mezcla de miedo y alivio.
-Al parecer se hallaba entretenido buscando algo en el escritorio pero un compañero cayo sobre él antes de que pudiera ni levantar la vista. Ahora se encuentra bajo vigilancia atado, amordazado e inconsciente allí mismo, capitán. ¡Lo tenemos!
En la sala hubo gran agitación.
-¡Mi bolsillo mágico! ¿¡Pero cómo es posible!? -gritó el ricachón-. ¿No decía usted que sólo robaba lo que advertía en sus mensajes?
El capitán dudaba. Era cierto que no conocía mucho al respecto del ladrón y que podía haberse equivocado. De hecho hacía dos días que había oído hablar de él en una conversación de taberna más que conveniente... pero no era un hombre que aceptase sus propios errores.
-¡¡Jajajajaja!! -rió como siempre-. Y así es, señor Valthiëca. Estoy seguro de que no tenía ninguna intención de robar otra cosa que no fuera esta estatuilla. Debe de ser una estratagema... ¡Claro! Es el truco más viejo de la historia: el enemigo intenta centrar nuestra atención en otro sitio con una burda mentira y dejarle campo libre para sus fechorías. Pero no lo conseguirá porque no contabas con mi perspicacia, ¿verdad... ¡señor "Puño Elegante"!? -dijo mirando al soldado recién llegado con la espada ya desenvainada. De pronto todos encogieron el esfinter al 25% (restringiendo proporciones), incluído el soldado-. ¿Quién me dice a mí que no eres tú mismo el ladrón haciéndose pasar por uno de mis soldados, y que quieres que nos vayamos todos de la sala para robar tranquilamente la estatuilla?
-Pero capitán... -balbució el soldado-, ¡puede comprobarlo usted mismo!
-Hombre... si es cierto lo que dices habría que comprobarlo... -dijo dubitativo, pero acto seguido se repuso-. ¡JA! No caeré en esa trampa, "Puño Elegante"; quieres que vaya yo mismo a comprobarlo para poder robar la estatuilla, ¿verdad?
-Hombre... -dijo desorientado el muchacho-, puedo ir con usted a comprobarlo pero todos sabemos que esa estatuilla no es más que una imitación y que la auténtica la lleva escondida, no veo por qué querría quedarme aquí para robar una baratija falsificada.
-¡Ajá! Precisamente por eso quieres que vaya contigo, ¡porque quieres robármela!
-Mi capitán -dijo uno de los soldados más cercanos a Rostar, uno de sus hombres de confianza-, pido permiso para ir yo mismo a comprobarlo.
-Está bien -dijo con un ademán-. Y en cuanto a ti... Espero que enviar a mi hombre no formara parte de tus planes -dijo entrecerrando un ojo.

-Vaya... ¡Pues sí que habían capturado al ladrón!
El capitán se hallaba asombrado, ya en el despacho. Ante él se encontraba un soldado en posición de firmes que vigilaba al presunto criminal, que iba curiosamente vestido y que tenía un curioso parecido con el guardia que habíamos visto agazapado tras la puerta. Se hallaba amordazado y atado de cintura para arriba, completamente inconsciente.
-¡Buen trabajo, soldado! -se dirigió el capitán al que vigilaba-. Procedamos al interrogatorio -dijo quitando la mordaza. El soldado se interpuso.
-Mi capitán, creo que tardará un par de horas en recuperar el conocimiento, a veces no controlo mi propia fuerza -y comenzó a reirse de forma parecida al capitán-. Ya me entiende.
-¡Claro! Jajaja. Bueno, en ese caso más vale llevárnoslo cuanto antes al cuartel y hacerlo allí mismo. Por cierto, ¿no se parece éste al soldado Rufus?
-No cabe duda, mi capitán -excusó el soldado-, de que tenemos delante a un auténtico maestro del disfraz. Yo mismo dudé pero verle husmeando los cajones y ese tatuaje que lleva en el cuello en forma de puño me hicieron comprender que se trataba de una farsa.
-¿Y mis pertenencias? -llegó berreando el señor Valthiëca-. ¿Está todo? ¿Han abierto los cajones?
-Tranquilo, señor -le tranquilizó el heroe-. Cuando le sorprendí se encontraba forzando las cerraduras de su escritorio, y se ve que copaba tanto su atención que no advirtió mi presencia hasta que ya le tenía a mi merced. De hecho imagino que no logró abrir nada, pero por favor, ¡compruébelo usted mismo, señor Valthiëca!
El ricachón extrajo de sus bolsillos un manojo de llaves de pequeño tamaño al tiempo que se llevaban al delincuente. Con una llave especial y tras recitar la palabra de poder "snirefly" abrió apresuradamente un cajón.
-¿Y eso que ha hecho, señor? -preguntó el capitán-. ¿Qué era, magia?
-Es una trampa alarma -respondió en voz baja y suspicaz-. Como tengo en general buena seguridad gracias a la guardia no necesito trampas de ataque; además, me da algo de miedo que algún día me saltase una por error.
-¡Oh, muy astuto! ¿Y qué es eso que tiene en la mano? ¿Una bolsa?
-Sí, y gracias a Larunia, diosa de la suerte, que está donde debe estar. Se trata de una bolsita mágica, muy cara, que posee la cualidad de no tener fondo.
Todos los presentes se sobresaltaron y Rostar le preguntó cómo obraba semejante milagro.
-Por lo que yo sé -respondió Valthiëca- la boca de la bolsa conecta con otro espacio alterado dimensional, pudiendo albergar cien veces más materia que en nuestro plano de existencia. Parece que seguís sin comprender, así que os haré una demostración.
El noble procedió a introducir la mano en la bolsa y conforme avanzaba ésta, la bolsa no se veía deformada ni se adivinaba dónde se hallaba el brazo del señor. Todos quedaron estupefactos y, para terminar la función, el señor se dispuso a guardar de nuevo la bolsa en su cajón cuando el heroe del día, aquel soldado, saltó excitado hacia él.
-¡Por favor! ¡Déjeme probar a mí también!
Sin esperar siquiera una respuesta, introdujo su brazo en la bolsa y lo sacó enérgicamente.
-¡Wow! ¡Qué sensación!
-Yo también quiero probar -murmuró Rostar.
-¡No! -protestó Valthiëca-, voy a guardarlo y a asegurarme de que todo ha quedado bien cerrado. Ustedes ya pueden irse con el ladrón y espero que sea ejecutado públicamente como escarmiento y aviso general de que al señor Valthiëca no se le roba.
El capitán se despidió pues con un gesto marcial, sus hombres alzaron al supuesto ladrón y se dieron media vuelta, tan ufanos que parecían a punto de cantar como enanos mineros que van a recibir la visita de una amiga narcolépsica frutívora tras una jornada digna de una huelga japonesa. La mayor parte de los hombres que aún quedaban apostados en la casa se disponen a volver al cuartel mientras Rostar habla con el heroe del día.

Bueno amigo, entonces tu nombre es...? Bien, Ödrel Sëre1, lo has hecho muy bien, estoy orgulloso de ti. Me aseguraré de que tengas un ascenso, ya que esta captura mejorará nuestra relación con los adinerados de la ciudad. Como ya sabrás, esto es cuestión de política y esa es una herramienta que sólo unos pocos sabemos manejar bien. Por eso tal vez no lo entiendas ahora pero es mejor que me encargue yo de esta captura; sería demasiada responsabilidad para ti si todo el mundo pensase que fuiste tú, pero yo estoy dispuesto a cargar con ella. No te preocupes, me encargaré de que disfrutes de la recompensa, si bien yo seré el encargado de administrártela.
-¿Me puede dar un anticipo?
-Mmmmmm... ¡Esta bien! -dijo al tiempo que le daba una bolsa de dinero-. Pero ahora ni una palabra, si te preguntan deberás decir que fue tu capitán quien hizo la captura y que tú ayudaste.
Los hombres salían por la puerta de entrada de la mansión, el capitán se adelantó y comenzó a dar órdenes. El soldado con el que hablaba se giró a la izquierda y nadie se enteró ni le echó de menos ante las bravatadas del capitán pavoneándose de "su" captura.
Al día siguiente unas cuantas gargantas se autolesionaban en unas cacofonías dignas de una entrevista de trabajo para una Banshee; el criminal con enorme parecido al soldado Rufus era el soldado Rufus, su tatuaje era una calcamonía que regalaban con las cortezas de cerdo. Al señor Valthiëca le había desaparecido su estupenda bolsa sin fondo mágica, suceso que desgraciadamente descubrió cuando intentó meter la estatuilla de oro que, con el peso rasgó la falsa bolsa y fue a caer al pie del ricachón. De este modo también descubrió que la estatuilla era falsa y que podía fraccionarse en tantos trozos como los pagos de una hipoteca. Aevirae, mientras tanto, brindaba con sus camaradas gracias, entre “otras cosas”, a la "generosidad" del capitán Rostar.